9.7.11

Arte en la boca



¿Para qué creamos arte? Puede decirse: para alimentar el espíritu, para conseguir una beca del gobierno, sincronizar la actividad de la corteza cerebral con el hipotálamo, hablar con  los dioses, ligar en el antro, para nada, etcétera. Cambiemos de pregunta: ¿Qué distingue al arte de todo lo demás? Responderé, con riesgo de ponerme metafísico, que la distingue su autopoiesis, el surgimiento de sí misma, la creación. La obra de arte se origina dentro de nosotros mismos, no para resolver un problema práctico ni una necesidad de satisfacción biológica imprescindible; no es una herramienta para abrir cocos ni un método efectivo para sobrevivir (en términos naturales). Los cavernícolas que pintaron los muros de Altamira y Lascaux, aunque lo hicieran para lograr mágicamente cazar bisontes, no lo lograron así: pintaron porque algo en su interior se lo pedía, algo, lo mismo que nos pide decorar las paredes, golpear los tambores, bailar, contar historias; algo que sale de nuestros sesos y vuelve a ellos, glorioso, sin ninguna utilidad.  ¿Y esto que tiene que ver con la comida?
Pinturas rupestres en Lascaux, Francia.

   La alimentación ha sido siempre una necesidad práctica: la cocción como predigestión; la condimentación como forma de preservación; la agricultura como solución a la explosión demográfica; la industrialización como reducción del tiempo dedicado a la cocina; el azúcar y la sal como adicción, los granos como mercancías (commodities), la torta de tamal como relleno energético.  Sin embargo, me interesa explorar una posibilidad: la vida como arte, la alimentación como arte.

'La última cena' de Leonardo da Vinci

   El arte de vivir comienza cuando nuestra existencia no se agota en resolver conflictos (escasez, hipotecas, divorcios, embotellamientos, enfermedades) y satisfacer pulsiones (hambre, sueño, sexo, odio). A lo largo de nuestra historia, hemos creado necesidades interiores que sólo el arte puede llenar: paz, amistad, belleza, elegancia, exquisitez, armonía con la naturaleza, erotismo… todas esas cosas prescindibles que, sin embargo, nos salvan del tedio y el horror. Por eso, sencillamente, en Terraboca quiero encontrar maneras en las que el acto de comer contribuya a la vida como obra de arte: una vida feliz (sabrosa) y saludable (nutritiva), en paz, en armonía con la naturaleza (sustentable) y con los demás seres humanos (justa); una vida hermosa.
    Estas cosas ya las había dicho antes, pero repetir estos propósitos me hace falta: ¿cómo empezar a cumplir esta ensoñación? Hay diversos caminos; el movimiento internacional Slow Food, por ejemplo, se sostiene en un modelo de vida no dictado por la prisa y el estrés, sino por el disfrute de una relación personal entre los alimentos (locales), los cocineros artesanos y los comensales relajados; la cocina experimental, como en elBulli de Cataluña (próximo a cerrar sus puertas) también busca que el acto de comer sea una experiencia distinta, especial, poética.
Ferrán Adriá, chef de elBulli

   Que sea así y que las personas cambiemos no por miedo (del cáncer, de los desastres naturales, de la diabetes y los terroristas) sino porque tenemos ganas de belleza, ganas de armonía, ganas de la buena vida. Provecho.

La buena vida (Henri Cartier-Bresson, Juvisy, Francia, 1938.)
Anímense a comentar: que si el arte no es eso, que les gusta McDonald´s, que si ya les voy a pagar, que si están contra las superestrellas como Ferrán Adriá, que si soy un espía del FBI. Si noy pueden comentar abajo, escríbanme a jcomensal@gmail.com

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