13.5.11

Sangre en la boca

Los chimpancés y  sus parientes más cercanos, nosotros, nunca hemos sido animales de paz. En el video inferior, un escuadrón bien organizado incursiona en el territorio de una comunidad vecina. Saben lo que buscan, saben a lo que van. De pronto, los invasores  emboscan salvajemente a sus vecinos, azotan a las hembras, matan a los jóvenes y los comen después. Nunca hemos sido animales de paz.

Ataque canibal de chimpancés. Fragmento del documental Planet Earth. BBC.

    Sin embargo, algunos no queremos matar ni ser matados, no queremos la sangre de otros humanos en nuestras bocas.  El 8 de mayo en la ciudad de México se organzió una Marcha por la paz en la que coincidimos más de 100,000 personas agobiados por la violencia criminal, principalmente ligada al narcotráfico; caminaron víctimas de asesinatos (como Javier Sicilia, deudo de su hijo), secuestros (como los hermanos LeBarón) y extorsiones; caminamos por un ideal frágil, dífícil y novísimo en la historia de nuestra especie: por la Paz. Para vivirla no basta con protestar contra los delicuentes, los gobernantes corruptos y los militares. No basta con gritar que estamos hasta la madre ni con escribir en un blog; no basta tampoco con votar por otro partido. Lo repito: la violencia  está en lo más profundo de  nosotros, y para eludirla de forma duradera es preciso un mundo muy distinto del que estamos construyendo.

    Lo que nos hace violentos es un hambre en las entrañas y en el alma. Si el campesino ya no puede vivir de su milpa (el precio del maíz cayó un 50% después de la entrada de maíz norteamericano por el TLC) y comprar para comer es imposible (el precio internacional del maíz subió un 74% en el último año, según datos del Banco Mundial),  ha de volverse un jornalero, albañil, limpiaparabrisas, y someterse a espantosas jornadas de trabajo mal pagado. Y sus hijos, miserables, crecerán en la miseria con el deseo, impuesto a todas horas por la tele, las canciones y las emocionantes vidas de los ricos, de alcanzar la opulencia como única forma posible de la felicidad, y tener la camioneta de lujo, la playera de marca, la mujer rubia, voluptuosa y extranjera, la fiesta desenfrenada, la fama, el poder, la coca, el éxtasis, el Ipod, y mucho más.

Decapitados en 2008, cerca de Mérida, Yucatán.

    Es sutil la forma moderna del hambre. Se puede inflar el cuerpo con grasas de animales torturados, harinas refinadas y refrescos. Se puede sobrevivir así, pero no gozar:  la forma moderna de comer (financiando monopolios internacionales, afuera de casa, con prisa, sin sabores exquisitos y con efectos corporales nefastos) nos hace más pobres a todos, en cuerpo y en alma, y permite que haya  hordas desempleadas de jóvenes miserables dispuestos a arriesgar su vida por un instante de opulencia (como narcotraficantes) o diez minutos de placer y olvido (como drogadictos). 

Una coca para el camino que nos lleva a la chingada.

    Terraboca se trata de esto: busquemos que al comer nuestras decisiones contribuyan a financiar una sociedad donde sea posible la paz. Si queremos de verdad un paraíso donde ya no sea útil matar, escupamos la sangre que llena  nuestras bocas indiferentes, y volvamos a empezar.

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