25.6.11

Parir chayotes (El placer de cocinar)

Es fácil, hoy en día, sentirse miserable, ansioso, derrotado. Es fácil sentirse deprimido. Es una epidemia: las ventas de antidepresivos se multipilcan, la Org. Mundial de la Salud pronostica que en 2020 la depresión será la segunda causa mundial de discapacidad, el Seguro Social atiende cada año a más de 10,000 suicidas principiantes (o sea, que ni eso les sale bien). Yo mismo me he sentido, últimamente, cabizbajo.
     Pero me gusta cocinar. Hoy fui a comprar verduras, hongos, pescado fresco. Cortaré unas hojas de albahaca que crece aquí. Tendré que lavar todo, cortarlo, mezclarlo, cocinarlo y luego, en compañía de una persona querida, comerlo. El proceso me parece un placer. Además, apoyo a los productores locales que cultivaron los productos, ahorro dinero al comer en casa, fortalezco mis lazos afectivos con otros comensales y le doy a mi cerebro su antidepresivo natural. 
    En el libro Lifting Depression: a Neuroscientist's Hands-on Approach to Activating your Brain`s Healing Power (Basic Books, 2008), Kelly Lambert explica cómo la vida moderna inutliza los mecanismos naturales del cerebro para satisfacerse. Explica que, gracias a las conexiones entre la corteza motora, prefrontal, el nucleus accumbens y otras estructuras subcorticales de aprendizaje, estímulo y emoción, existe un sistema de recompensa basada en el esfuerzo, desarrollado a lo largo de la evolución para incitarnos a hacer las cosas que nos permiten sobrevivir: ir a cazar un jabalí, recoger frutos, armar una choza, copular, etc. La satisfacción depende del esfuerzo hecho para obtener un resultado, y no solamente del resultado. Por eso nos parece que si algo no cuesta trabajo no se valora igual, y que la obtención inmediata de lo que queremos disminuye el placer. Por eso: a cocinar.
    Sacar algo de una caja de cartón y meterlo al microondas no implica esfuerzo. Tampoco decirle al mesero: tríagame el Paquete 3. Así privamos a nuestro cerebro de la satisfacción de esforzarnos para obtener recompensas. Hoy compré ajos y cebollas, pero me repite un anuncio a cada rato en el autobús: deja de sufrir, compra Daditos de Sazón Maggi (hay de cebolla y ajo, cilantro, ajo). Se supone que así me ahorraré las molestias de lavar, picar en juliana, acitronar, irritar mis ojos un poco, y ahorraré tiempo (que podré usar para algo que no satisfaga mis rústicos circuitos neuronales). Pero yo lo veo al revés: si uso un Dadito de Sazón me privaré del proceso seductor de cortar las cosas, aspirar sus olores, tocarlas, verlas sufrir metamorfosis en el sartén, imaginar el resultado. Además, me tendré que comer un montón de sal, glutamato monosódico y  otras cosas (conservadores principalmente) que yo ni me quería comer. Además, alimentaré la obesidad mórbida de Nestlé.
    No: hoy quiero usar mis manos (cuyos movimientos estimulan muchísimo al cerebro), pasar un rato en la cocina y luego sentarme a comer los resultados. Sentiré una íntima alegría, pues cada bocado tendrá el sabor de todo lo que hice para lograrlo. Sin píldoras antidepresivas, terapias posmodernas o costosos entretenimientos, me sentiré mejor.
   Unos ajos me invitan a llenar toda mi piel de sus olores, unas setas me llaman sensuales y la cebolla, también, me hará llorar. Hay un placer enorme en parir chayotes. También en partirlos. Me voy a la cocina, quiero cocinar.



¡Ah!: No se pierdan el placer de leer Pleasures, el poema entre comillas, completo. Luego dice unas cosas hermosas sobre el mamey. Puedes gozarlo aquí.

12.6.11

Equilibrio alimenticio




Durante miles de años, los humanos hemos vivido las mismas experiencias: hemos luchado, amado, jugado, muerto... y hemos comido. En este presente repetido está el valor de la tradición: otros ya vivieron, muchas veces, lo mismo que nosotros, y algo nos pueden enseñar. Hoy quiero evocar una misma doctrina manifiesta en dos culturas distantes: la aspiración al punto medio. Aristóteles habló de la felicididad de una vida que no cayera en los excesos de las pasiones humanas (Ética a Nicómaco); la doctrina neoconfuciana  dio a la humanidad el 中庸 (zhōng yōng), la Doctrina de la Medianía, un elogio de la moderación y el equilibrio mental. Ambas coinciden en que la medianía (búsqueda del punto medio) es el camino a la Felicidad y el cumplimiento del orden natural. Veamos ejemplos de cómo se cumple esto a la hora de comer:
    Existen unos micronutrientes llamados polifenoles que ayudan a evitar el deterioro natural de nuestras células (son antioxidantes). Se encuentran en las plantas y la mayor subclase de ellos son los flavonoides, que están en grandes cantidades en el café, chocolate y té. Hay evidencia contundente de que su ingesta mejora el desempeño mental (agilidad, memoria, evita la demencia senil...) (Nurk et al. Journal of Nutrition 139: 120-127, 2009).

Macario el Gordo (palero #27): Ah, qué bien, pus ahora voy a beberme 50 tazas diarias de café todos los días, como Balzac. Y dos kilos de chocolate y un garrafón de té, para llenar. ¡Me voy a volver un Einstein!

     Pero no es así de simple. Con el té, por ejemplo, hay estudios que demuestran que sus cualidades antioxidantes se pierden a cierta concentración (10-20 micras de mol por litro) y producen el efecto contrario: producen la apoptosis (muerte celular). También hay datos sobre los efectos positivos de las bebidas alcohólicas en las funciones cognitivas y en la prevención del síndrome de Alzheimer (de Lorimier, "Ann. Jour. Surg. 180: 357-361, 2000):

Macario: ¡Qué chingón! Me voy a poner bieeennn pedo.

     Pero el consumo excesivo de alcohol tiene el efecto justamente contrario: promueve la muerte neuronal y desemboca en la estupidez (Luchsinger et al. Lancet Neurol., 3: 579-87, 2004). Y así podría seguir...
      Frente a este panorama, uno se puede preguntar: ¿Pero cómo voy a saber cuánto es bueno y cuánto es malo? ¿Cómo sé qué es moderación?
    La respuesta está, una vez más,  en la variedad. Si uno disfruta del café, pero también del té, del jugo, del chocolate, del agua, por simple ejercicio del gusto se  llegará a un consumo moderado de todas esas bebidas.
    La tradición nos dice que la medianía cumple el orden natural. Según estudios antropológicos, las tribus contemporáneas de cazadores-recolectores (los que viven de forma más parecida a nuestros ancestros pre-agrícolas) comen una enorme variedad de alimentos: los ¡kung del sur de África comen alrededor de 105 especies de plantas y 144 de animales. Los aborígenes australianos de Queensland consumen alrededor de 240 especies de plantas y 120 de animales. 

¿Cuántas especies de plantas y animales has comido tú?

  El típico comensal urbano vive en el extremo de la pobreza: come maíz (que está en casi todos los alimentos procesados), pollo, vaca, y poco más. (Definición moderna de ensalada: esa cosa verde que le ponen a la hamburguesa). La dieta moderna siempre tiene demasiado: mucho (sal, azúcar, grasas saturadas, hormonas, pesticidas, metales pesados...) o poco (vitaminas, antioxidantes, minerales, fibra...).
¿Dónde está Terraboca? A la mitad. O como diría el filósofo:
                                                                                                                         Ni muy muy, ni tan tan.